Silencio, sólo penumbras. Duermes en paz
frágil doncella bajo el profundo hechizo de mi voluntad. Sé que me escuchas. Mi
voz se abre paso más allá de tu letargo. Es esta la tenue línea que divide la
vida de la muerte. ¿Recuerdas? Cuando te hable de un camino que deseaba
compartir al lado tuyo. Sí. Observa tu figura inmóvil, tan exquisita, tierna y
dulce. Puedo pasar siglos enteros arrobado en tu belleza. No hay nada más
insoportablemente hermoso que tu rostro,
no hay nada más rojo y carnoso que tus labios entreabiertos, no hay nada más
negro que ébano absoluto de tu larga cabellera. Ya se desvanecerá el color de
la vida tatuado en tus mejillas, cambiaras ese gesto melancólico por una
macabra sonrisa y de esta, tu carne inocente y apretada sólo quedara corrupción.
Debes saber que le tengo devoción a tu alma y siempre he estado cerca de ti,
fundiéndome tanto en tus poros como en tus emociones y tus pensamientos.
Eres mía. Hija de la noche. Sabes lo que
soy y lo que serás. De nada sirve la cruz no la fe cuando lo que es inmortal se
hace tan fuerte. Abre los ojos. Esos ojos tan puros, adornados con los pétalos
enormes que tienes por pestañas. Deja que tu mirada se acostumbre a la negrura.
No temas; no hay porque hacerlo. Estoy contigo. Eso es, respira la noche. Siente
como te unes a ella; cómo te impregnas de su oscuridad.
No tiembles. Cúbrete con un suspiro.
Deja que atraiga hacia mí tu esbelto talle. Abre tu refulgente cuerpo
inmaculado y entrégate; que esta noche dejaras de ser una promesa. Recibe mis
besos malditos. Tu rostro, tu cuello y tus hombros inviolados tienen la
suavidad que deben tener de los ángeles. Deja que mis dedos ciegos, ávidos de
tacto sujeten tu pecho y absorban los restos de tu cálido latido. Siente cómo
las palmas de mis manos recorren la piel marfil y plana de tu vientre. Libera
las llamas de tu intimidad y permite que mis labios se adhieran al pliegue
hambriento de tu sexo. Allí, donde tanto me gusta morder.
Sí. Derrama tus ultimas lagrimas
mientras bebo el manantial purpura que brota entre tus muslos. Ofrece tu savia,
doncella. Grita con todas tus fuerzas. Escurre tu pasión y aliméntame con tu
dolor. Que he de sellar tus labios manchados con la sangre. Anda; sinuosa y
obediente. Abrázame, hay incertidumbre e inquietud en la vastedad de tu mirada
azabache. Ten calma; que todas tus dudas el tiempo las responderá y yo me
encargare de borrar tus recuerdos, de sembrar mi existencia en lo más hondo de
tu ser. Te volverás una cruel amante de la sangre y acudirás siempre a mí en el
sublime momento del hambre. Serás tan adicta a mí como yo de ti. Conjugaremos
nuestras sombras herejes bebiendo del vino profano. Aprenderás a leer la poesía
maldita de mis ojos y te hundirás en mis
sueños brujos. Hemos de yacer sobre espinas cultivando talentos en el tálamo
nocturno compartiendo caricias blasfemas y placeres ignotos.
Ahora somos iguales. No pequeña, no es
momento de reclamos. Me perteneces y es inevitable, tan inevitable como el
fuego que consume al tiempo. Lo nuestro ahora es un lazo más allá de todo lo
posible. Somos el nombre prohibido, devotos de la perdición. Sólo carroña de es
estúpido sentimiento creado por el hombre.
No hay más opción que forjar nuestra
historia con sangre y tragedia. Así es, escupe tu vida anterior y devora el
tormento. Haz que tus venas se llenen de maldad y que tus pupilas vomiten
crepúsculos. Paladea el fúnebre sabor de la eternidad. Tu cuerpo ahora exuda un
nuevo perfume, la podrida dulzura de los muertos. Tu corazón se ha tornado
negro ponzoña y lubrico y feroz se revuelve. Vamos querida. Salgamos a las
tinieblas bajo el desamparo del cielo y sigamos el sendero de los condenados.
Juntos, siempre juntos. Camino conmigo mi niña de azúcar, a través del
silencio, la oscuridad y el tiempo lento. Bebámonos la noche y esperemos…
David Candelas



